El trabajo ascético que proponía la Escuela Cínica, generalmente se asocia al concepto de la búsqueda resiliencia, pero rara vez resulta ser un motivador suficiente de por sí, para emprender una acción apropiada en nuestro día a día. Algo más utópico y reservado a esos locos en túnica que a un hombrecillo de calle moderno en camisa y vaqueros. Para empeorar las cosas, la propuesta Cínica gira principalmente entorno al concepto de Libertad (del Alma) como máxima Virtud (si consideramos el concepto de aretḗ o Virtud como sinónimo del “sumo bien”), y es por ello, que todo y cada uno de los componentes de la filosofía, giran entorno a esta idea, pese a que resulte un concepto difícil de explicar.
Cuando hablamos de libertad del alma, generalmente tratamos de ilustrarlo como un concepto que evoca la ausencia de limitaciones u obstáculos en la vida. Pero si tenemos en cuenta la naturaleza física del Universo, los obstáculos son necesarios y existen por fuerza mayor, y si tenemos en cuenta cualquier premisa materialista como la Estoico-Determinista, es lógico pensar que los obstáculos puede que incluso estén ahí por una Razón (mayor). Por eso hacemos especial hincapié, en el concepto de “libertad del alma”, dado que, pese a que el cuerpo encuentre obstáculos con otros cuerpos, queremos pensar que el alma la que no debe encontrar obstáculos pese a lo abstracto de este concepto.
¿Qué obstáculos puede encontrar un alma y cómo enfrentarlos?
La respuesta, como ya hemos visto en otros apartados es sencilla: las pasiones son el principal y único obstáculo.
El principal inconveniente de las pasiones, es que son conceptos fuertes e inherentes al ser humano. Cuando hablamos por ejemplo del miedo como pasión, hablamos de un concepto cuasi-natural, asociado a la supervivencia. Conceptualmente, debemos separar el miedo pasional del miedo reactivo, es decir, del miedo que podría salvarnos de una situación escabrosa, frente a ese miedo preocupante, en el que anticipamos algo malo que podría pasar, pero en la hipotética.
Hasta aquí todo bien, todo suena muy lógico y la mayoría de las personas suelen entender esta diferencia, pero son pocos o casi ninguno, los que realmente son capaces de trazar un camino y hacer algo para resolver sus dilemas entorno al miedo.
Y esta pasión, es solo una de las 4 pasiones que reconocieron múltiples filosofías helenísticas y hoy en día seguimos observando: al miedo hemos de sumar la pasión del dolor pasional (la ira, la rabia, la angustia), la pasión de sentir necesidades irracionales y la pasión de la inclinación permanente hacia el placer y la tranquilidad como motivación inmanente.
Pese a entender que las pasiones son irracionales y que en cierto grado hay que tratar de enfrentarlas, parezca como si estuvieran fuertemente engarzadas en nuestro ADN y la aspereza que encontramos al tratar de dejarlas a un lado, sea prácticamente ineludible en el momento de la verdad, cuando se presentan.
¿Cómo podemos solucionar esto? Las escuelas filosóficas propusieron varias alternativas que vamos a plantear a continuación.
La primera solución: la recta razón
Ciertas filosofías, como la Platónica y la Peripatética, sugerían que la solución se encontraba en la recta Razón, y que en cierto grado, el término medio y el conocimiento de las circunstancias permitiría capear con las adversidades. La recta Razón es un concepto difícil de entender y generalmente reservado al intenso estudio y a la erudición. Pero desde una perspectiva práctica es fácil observar que la mayoría de la población no tiene acceso a la misma y que el entrenamiento en las Virtudes Cardinales que proponía Platón no es tan fácil como sugiere. A fin de cuentas, las Virtudes Cardinales tratan de realizar una aproximación a lo terrenal, sobre lo corpóreo, y enfrentar lo ineludible es fútil.
Puede que personas, bajo cierto grado de aprendizaje a lo largo de su vida, sobre un sistema de fuertes valores morales, sean capaces de contenerse ante ciertas pasiones y sirvan de ejemplo para muchos sobre lo que la “recta Razón” significa: valientes ante el miedo, “moderados” ante la necesidad de adquirir o poseer algo o ante la atracción de recibir un placer en concreto y la capacidad de ser sabios prudentes a la hora de elegir, con independencia de la angustia o malestar que de antemano supieran, que esto pudiera llevar a provocarles por un bien común. Ejemplos en vida existen y son los llamados a ser, los “caballeros de la luz”, que se pueden contar con los dedos de una mano.
¿Pero qué hay para el resto de nosotros, los mortales severos viciosos y esclavos? La alternativa de la fe
Los que, tras años en la academia, se acaban dando cuenta que llegar a ser caballero de la luz está muy bien para tener una estatua en la plaza del pueblo, y para infundir respeto e idolatrismo entre el resto de los esclavos, parece que vivirán y morirán siendo impíos esclavos sin solución.
Afortunadamente, tras una reflexión sobre como abordar las pasiones surgen otras propuestas.
Por citar alternativas, tenemos la conocida propuesta de los Estoicos y los demás devotos religiosos que encontramos en las religiones monoteístas en general, como el Catolicismo: aludir a una entidad mayor que adquiera y descargue la responsabilidad de nuestros actos terrenales y así encontrar esa “paz mental” que dé sentido a nuestra pasión y permita en cierto grado, no sentirnos mal por ella.
¿Que se muere nuestro hijo? “Estoy tranquilo porque estará en buenas manos junto al Señor en el Cielo“, diría el Católico; “Así tenía que ser, conforme a las reglas del Universo“, diría el Estoico; “Afortunado es, por ir directo al Jardín“, diría un Islámico. En realidad, al muerto, le importa poco donde o por qué ha muerto. Muerto está y muerto seguirá. Realmente el problema lo tiene el querido al muerto, el cual, debe afrontar un duelo pasional.
Cuanto mayor sea la fe, mayor la creencia de que lo que acontecerá sea de provecho, dado que es lo correcto y es lo mejor, lo perfecto, y así, antes se irá el dolor y la angustia. A fin de cuentas, la solución es simple: ¿por qué he de apenarme si lo ocurrido es lo mejor que podía pasar? Esto esta muy bien, y para aquellos que alcanzan un extremo grado de fe, la vida transcurre fácil, sin limitaciones. Definitivamente una filosofía de vida fuerte y digna de admiración para afortunados aquellos, Santos, que alcanzan la iluminación.
El problema es que son muchos los que nunca alcanzan la fe, y para complicarlo todo, como auguraron los posmodernistas durante la revolución industrial: con los nuevos avances, tanto industriales, como los presentes, avances digitales, Dios había muerto, y reafianzar la creencia con instituciones tan arcaicas ya no iba a ser tarea tan sencilla como encontrábamos hace apenas 3 siglos. Con la cantidad de información, científica, del conocimiento a la que ya tenemos acceso, encontrar sentido en todas estas historias metafísicas de un Jardín, de un Cielo o de un Logos mecanicista capaz de manipular de manera perpetuamente “conflagrativamente” el sino del Universo, resulta para la mayoría, bastante más difícil de digerir de lo que nos gustaría.
La tercera alternativa: la propuesta ascética
En tercer lugar, tenemos otra alternativa, con sus imperfecciones y dificultades no menos desdeñables. Como planteábamos en la introducción, la propuesta de los Cínicos, e incluso otras filosofías como la Epicúrea, buscaba una Virtud única y clara, siendo la libertad del alma para los primeros, y la ausencia del dolor para los segundos. El mecanismo para trabajarla en ambos casos era sencillo y complejo a partes iguales, dado que su ejecución no era plato de buen gusto para nadie: la práctica ascética. De hecho son cientos de miles las religiones, sectas y escuelas las que han practicado de una forma u otra, diversos caminos ascéticos, pero siguen siendo algo, que para la mayoría, resultan difíciles de asimilar.
Volvemos al mismo problema que la recta Razón o la prueba devota de Fe: el problema es que la mayoría no tenemos vía de acceso a tales “herramientas divinas” que parecen reservadas para unos pocos. Desde una perspectiva conductista, podríamos decir que nuestro aprendizaje de vida nos ha llevado históricamente por el camino fácil, y que el cambio es complejo si no imposible.
Es fácil argumentar, que cualquiera técnicamente, podría interponer una férrea determinación para ejecutar un fino acto razonable, o cualquiera puede llegar a entender, por las claras evidencias que nos encontramos en el día a día, lo determinado que está todo y el poco control que tenemos sobre nuestras acciones para creer fácilmente en un Logos Divino. Lo mismo uno podría pensar que igualmente, con suficiente voluntad, uno podría acometer día tras día, una ascesis flagrante.
Pero no es así: parece que la mente o el alma, no está preparada para perseverar, ni para creer que el locus de control no le pertenece. Y mucho menos, para salirse de su rutina diaria y ejecutar tareas duras y violentas: “A mí, que no me quiten mi cafelito matutino, lo único que da sentido a mi vida“.
La conclusión de nuestros días
Las pasiones ganan, naceremos y moriremos esclavos. Fin de la historia. Y lo que hay de por medio, a eso que llamamos vida, es meramente un duro esfuerzo para mantenerse en pie de la mejor manera posible, y celebrar algún pequeño éxito en nuestra historia, donde la Razón, en cualquiera de sus formas es capaz de mantenerse erguida ante la situación.
Quizá por eso muchos tienen claro que la felicidad se compone de esos pequeños momentos pero que la felicidad perpetua no existe, porque obviamente no somos capaces de mantener este esfuerzo de manera perpetua. Y otros tantos, consideren que la felicidad se encuentra en esos momentos en los que el Universo, nos permite satisfacer una pasión por un momento (más considerando la dificultad que esto supone, teniendo en cuenta el fenómeno de la adaptación hedónica y cómo el listón va creciendo irrefrenablemente).
¿Y si podemos sacar algo de estas tres conclusiones para forjar una alternativa?
¿Qué tienen en común todas las pasiones? Sobre la molestia
Si en vez de poner el foco en todas las pasiones de manera independiente, tratamos de solventarlas por la naturaleza de sus circunstancias, ¿por qué no intentamos trazar una línea común entre todas las pasiones?
Podríamos trivializar que el fondo, la reacción que provocan todas las pasiones es una, única y exclusiva, a evitar, a rechazar: la molestia. Definimos la molestia como el acto y efecto de molestar o molestarse según la RAE. Y el acto de molestarse así mismo tiene varias acepciones:
1. tr. Causar fastidio o malestar a alguien.
2. tr. Impedir u obstaculizar algo.
Como vemos, entendemos que en la molestia, encontramos ese concepto que planteábamos en la introducción: el obstáculo o el impedimento, es decir aquello que en cierto grado, coarta nuestra libertad, es aquello que nos molesta. Es decir, ¿Cómo es posible que busquemos la libertad en aquello que nos coarta? ¿No resulta paradójico?
No es paradójico. Lo cierto es que, si centramos todo entorno a nuestro conocimiento, y consideramos válida la propuesta que el conocimiento solo se genera a través de la impresión, es decir, a través de lo que captamos a través de nuestros 5 sentidos, ¿acaso no es lo corpóreo en alguna de sus formas, lo único que por los sentidos entra? Por tanto, es lógico pensar que las limitaciones, los obstáculos y las libertades deban pertenecer exclusivamente a este mundo. Al de lo corpóreo. Así aprendemos, así nos enseñan, así vivimos y morimos, más sabiendo que tanto el concepto vida y muerte, pertenece también a lo corpóreo: la vida y muerte de nuestro cuerpo.
A la muerte de nuestro hijo, una molestia se genera: el no poder soportar un nuevo obstáculo; la ausencia del mismo que unido al valor moral de la descendencia se resuelve en una común angustia.
A la expectativa frustrada de un ascenso en el trabajo, una molestia se genera: el no poder soportar nuevos obstáculos; sean cuales fueran. Al no encontrar la tranquilidad, encontramos malestar, un fastidio, un obstáculo. Frente al deseo y al placer, encontramos obstáculos: el quererlos y no poder tenerlos. Quizá al igual que la Libertad del alma, puede que sea la Virtud única, sea el Deseo, el Vicio único y la molestia que desemboca, su manifestación, un obstáculo desde nuestra conceptualización corpórea. De ahí que la importancia de entender la molestia sea clave, para quizá concebir un camino en contra de las pasiones.
Enfrentando la molestia: tolerancia o aceptación.
Para entender esto, en primer lugar, siempre veo necesario explicar la diferencia entre tolerar y aceptar. Para ello, voy a tomar el ejemplo de un tema que escribí en ESTOI.CO sobre los deberes:
Lo que a la mayoría nos enseñan popularmente, es a tolerar las molestias. Por eso, podríamos hablar de un “índice de tolerancia a la molestia”. Aquellos que por motivos diversos de la vida, hayan tenido que pasar muchas calamidades, es posible que dadas las circunstancias hayan sido capaces de lidiar con las molestias a mayor escala que otra persona que haya vivido entre algodones.
Una persona recolectora en el campo, es posible que sea capaz de tolerar mejor la molestia del fuerte calor del Sol en verano, que una persona oficinista y acomodada en la ciudad desde su infancia, teniendo que ejercitar la misma tarea. Lo mismo a la inversa: es posible que el oficinista, pueda ser capaz de tolerar mejor el estrés que genera invertir más de 2 horas al día en transporte público para acabar largas horas delante de un PC sin apartar la vista, realizando tareas administrativas repetitivas y a contrarreloj, que una persona criada en el campo ajena en gran medida a la tecnología y a los desplazamientos.
De ahí que el Estoicismo como filosofía haya cobrado tanto interés en esta última década. Para muchos iniciados, que leen los principios propuestos por los Estoicos Modernos, encuentran un bálsamo para empezar a tratar esta “intolerancia al malestar” a través de unos principios que en el fondo, no provienen del Estoicismo original, sino que como ya comentábamos antes, provienen del Platonismo y del Aristotelismo, y transitivamente han ido incorporándose en terapias psicológicas como la psicología positiva, la DBT y la ACT (Terapia Dialéctico Conductual y Terapia de Aceptación y Compromiso respectivamente). Esto de la tolerancia a malestar es algo que en psicología ha sido estudiado prominentemente desde varios enfoques y se pretende, desde la perspectiva de la recta Razón, encontrar una fórmula mágica que permita desechar dicha molestia de nuestras vidas por completo.
¿Y si vamos un paso más allá y transicionamos de la tolerancia a la aceptación?
La aceptación del malestar, ¿es una alternativa viable?
Y si en vez, de tratar de tolerar al malestar, ¿tratamos a aceptarlo? ¿En qué consistiría aceptar el malestar?
Recordando el ejemplo de los budistas: no solo consistiría en darles su espacio. Saber que existe y darles un espacio puede que sea insuficiente y puede que sea así, porque el trabajo infructuoso por el que muchas veces, pese a todos nuestros intentos, no seamos nunca capaces de superar “plenamente” lo que un malestar simboliza para nosotros.
Quizá la alternativa consiste, en invitar al malestar a nuestra casa. Pero en cierto modo, ¿acaso no consiste en esto la práctica ascética?
Efectivamente: si recordamos, el problema de la práctica ascética, es que aparentemente, parece que no cumple con ningún propósito específico y no atiende a razones más allá que la supuesta resiliencia algo que desde la perspectiva de la razón común, suena más a algo épico y reservado a unos pocos, que a algo que verdaderamente pudiéramos incorporar progresivamente en nuestras vidas.
Si en vez de tratar que la molestia deje de ser algo ajeno a nuestras vidas, y por el contrario, se funde en nuestra existencia, ¿cuál sería realmente nuestra lucha vital? ¿Para qué nos deberíamos de esforzar para evitarla, si viviera con nosotros y la integráramos completamente?
Los Estoicos hablaban de los indiferentes “preferidos” y “rechazados” por una razón. En cierto grado, trazaban una línea de tolerancia para decidir que era lo que les molestaba (los rechazados) y lo que les agradaba (los preferidos), pero de ninguna forma, salvo desde la credencial de Fe, fueron realmente capaces de resolver esta incógnita.
En cambio, los Cínicos y Aristón hablaban de los indiferentes en lo corpóreo como algo indivisible, irrelevante de catalogar como preferido o como rechazado por lo inevitable de su naturaleza.
Un ejemplo: Los Estoicos dirían que es preferible tener dinero a ser pobre. Porque por convención social a todos nos enseñan que que ser pobre supone un obstáculo: la limitación de no poder adquirir, según plantearía Aristóteles, cosas de lo que podríamos considerar, primera necesidad: sustento, alojamiento y alguna que otra opción de bienestar que encontramos en este mundo moderno, como el acceso a la información.
El Cínico, pobre, comía de las ofrendas del pueblo a los Dioses (lo que hoy llamamos, comedores sociales), se alojaba en cualquier sitio con algo de cobertura (algo que hoy en día abunda todavía más que antaño) y tenía acceso a la información, dado que se decía que en su zurrón, albergaba siempre algo de comida (unas habas) y un libro. El Cínico lo tenía todo, y aun así, parece poco se preocupaba por lo preferido: el dinero frente a ser pobre, pese a que el Cínico era el claro ejemplo del Aristotélico de un ser pobre.
Algunos dirían que el Cínico para su sustento y acceso a la información, se “aprovechaba” del trabajo de otros. Lo cierto es que el Cínico per se, no rechazaba el trabajo físico, sino que más bien formaba parte de su carácter. El llamado “pónos” podría ser ejercido en cualquier ámbito, inclusive el de la producción de alimento, solo y cuando la circunstancia así lo requiriese. Cínicos como Dion de Prusa recorrieron medio mundo trabajando en duras tareas para otros, como la recolección o la limpieza de cuadras y cobertizos. Pero si la circunstancia se prestaba a adquirir sustento sin esfuerzo (como la comida abandonada por los ciudadanos como ofrenda), ¿qué sentido existiría en ejecutar un esfuerzo superior en esa línea cuando pudiere aprovechar para invertirse en otra? Lo mismo con la información: los Cínicos se mostraron los primeros en enseñar y educar a sus coetáneos. De hecho, fueron muchos los que profirieron en su contra, dado que mostraron especial predilección por enseñar e informar a los menos pudientes (i.e. Orígenes de Alejandría, Contra Celso, Libro III.50), e incluso algunos se mostraron prolíferos escritores, como Luciano de Samóstata, que mostró gran predilección por Cínicos como Démonax.
Pero realmente cuando el Aristotélico habla de la riqueza, como un bien (o un preferido como dirían los Estoicos), en el fondo hacía referencia al bienestar que implicaba. Por ejemplo, es preferible, estar en un sitio caliente cuando hace frío, a pasar frio por no tener la suficiente cobertura. Porque el frío es una molestia. Y ahí es donde los ascetas, buscaban el quid de esta cuestión:
¿Para qué alejar al frío con una estufa cuando puede que lo correcto quizá sea, por contra, abrazar al frío, aceptar la molestia?
Desde el conocimiento de lo “corpóreo”, cualquier Peripatético o Estoico Moderno, tendría una lista argumental de mil y una razones por las que pasar frío es malo: por ejemplo, en gran medida el frío pudiera atentar contra la salud, y por tanto, desde una supuesta llamada a la Prudencia (esa gran Virtud de los Platónicos y Aristotélicos) lo más lógico sería buscar formas para aplacarlo y si es posible, eliminarlo en su extensa medida. Por ende, el frío no se consideraría una “simple molestia”: se consideraría un mal o un indiferente rechazado que atenta contra la supervivencia y ergo lo prudente es preferir la vida, que no es un sumo bien, pero si es un bien, o indiferente preferido.
La gran pregunta es: ¿realmente todas las molestias atentan contra la vida?
Este sería el argumento fácil que todos tenemos ante la vida. Buscarle un sentido vital, para aplacar la molestia. Esto es a lo que deberíamos llamar por consenso, “la supervivencia incondicional“: es decir, todo vale, con tal de sobrevivir como individuos y como especie -a toda costa-, un leitmotiv simple de entender. Por ende, la cantidad de mecanismos que una mente humana puede llegar a desarrollar con tal de forjar esa enorme fortaleza que le permita “vivir” no tiene límites. A fin de cuentas, siempre podemos salir la puerta de nuestra casa, y en los escalones de la entrada, resbalarnos y partirnos la crisma. Quizá debamos de poner una sólida barandilla y suelo antideslizante, en cada escalón… de nuestra vida. A fin de cuentas, esto lo dicta “la prudencia”, una gran Virtud.
Pero por otro lado, tenemos una alternativa sobre la que quizá merezca la pena reflexionar un tiempo: “la supervivencia condicional“. Es decir, vivir pero dando prioridad a algo, por encima de la vida. Esto es lo que verdaderamente podríamos llamar, la filosofía de la Virtud, siendo la Virtud, como decíamos al principio, el sumo bien, es decir, algo mejor, que la vida en sí y sobre el que de verdad podamos llegar a atisbar una chispa de creencia.
Y con todo esto, sobre la vida y la muerte estaba planteando aquí el camino difícil, que a la mayoría más nos cuesta digerir. Pero existe un camino aún más fácil. ¿Realmente de verdad creemos que todas nuestras molestias, realmente atentan contra nuestra vida? ¿O es solo un argumento fácil para no aceptarlas?
Volvamos al ejemplo del frío. ¿De verdad alguien cree que es posible morir por causa del frío, y que por ende, es necesario aplacarlo? ¿O es que simplemente el frío, causa un intenso dolor en la superficie de nuestra piel, y que aplicando calor, dicho dolor desaparece por mera homeostasis? (siendo ese supuesto dolor una señal de nuestro cuerpo que nos dice que algo va mal)
¿Y si existe otro camino más sólido desde la perspectiva homeostática?
Existe el principio de Hormesis: es decir, una forma de aceptación del malestar que quizá pueda resultarnos más fácil de aplicar en nuestro día a día:
- ¿Tenemos frío? Aguantamos ese frío sería tratar de tolerarlo. Aceptarlo, consistiría en incrementarlo un poco. Abrimos la ventana. Incluso aunque el frío pudiera, remotamente, atentar contra nuestra propia vida, podría incluso, resultar de beneficio.
- ¿Se ha muerto nuestro padre o nuestra madre? Aguantar ese dolor sería tratar de tolerarlo. Pero podemos incrementarlo un poco. Seguimos pensamos en los ratos que pasamos con él o ella y creando una imagen más vivida de lo que quizá querríamos evitar para no sentirnos desolados o compungidos (esa angustia que se agarra al pecho cuando recordamos algo que preferiríamos no recordar)
- ¿No hemos conseguido ese incremento de salario o ese ascenso? Mejor que mejor, si ahora ganamos $1200, pues vamos a empezar a vivir con $800 y $400 lo vamos a sacar del banco y los vamos a quemar en una hoguera todos los meses. Si ya nos costaba llegar a fin de mes con $1200 imagínate con un tercio menos. ¡Viva el malestar!
Pero más allá de los perjuicios y beneficios vitales de cada una de las acciones en contra de la molestia, hay un sumo bien por encima de todo: la aceptación del malestar. Como se comentaba al principio, en el fondo el malestar, no es otra cosa que algo que percibimos como un obstáculo. Un obstáculo del alma. Y en el fondo, ¿qué hay mas importante que la libertad de alma? ¿No es acaso uno de los métodos para enfrentar las pasiones?
¿Podría ser la aceptación del malestar, una forma de ascesis? En cierta medida sí, pero también es una forma de vivir conforme a las circunstancias. A fin de cuentas, su integración se puede dar de manera muy natural en nuestras vidas. No consiste en irse a vivir de inmediato a una gran vasija como Diógenes de Sinope, con un manto y poco más que un zurrón como pertenencia. No consiste en salir expresamente a abrazar estatuas heladas en pleno invierno a -10 ºC para cagarnos intensamente de frío.
Consiste, tan solo, en ser plenamente conscientes cuando emerge ese malestar en nuestras vidas, y no solo darle un cobijo a nuestro lado, sino proporcionarle sustento para que no se vaya. Cuando surja el malestar, es solo dar un pasito más frente al mismo. Una pequeña acción tan simple, como no salir corriendo a encender la calefacción o a ponerse una chaqueta, cuando marca 5º C en el termostato o viceversa, no encender un aire acondicionado cuando estamos a 30º C. No frustrarse por no poder poseer más de lo que pretendíamos, sino por el contrario, aprovechar para restar un poco de lo que ya teníamos ante tal frustración y crear una paradoja en nuestra mente. No evadir ese pensamiento de lo que consideramos “tan terrible”, sino envolverse y “bañarse” en el mismo.
Cuando el efecto de la molestia incrementa se genera un efecto de adaptación en nuestra alma. A ese efecto podríamos llamarlo la Hormesis del Alma. En cierto grado es un acto de fe, al igual que un Dios o un Logos. Pero en el caso de la homesis, podemos recopilar algo de evidencia dado que un fenómeno que parece que no requiere de tanto esfuerzo devoto cognitivo, sino que podemos demostrarlo con cualquiera de los experimentos entorno a la materia que ya existen, como el Mitridatismo.
Con esto, la Hormesis del alma a través de la molestia podría resultar una puerta más accesible, para el resto de nosotros, los mortales severos viciosos y esclavos, para arañar una parte de la superficie en contra de las pasiones o en pos de la libertad (del alma).
Quizá todo sea cuestión de experimentar y probar.
Me pregunto: ¿Qué ejercicios se te ocurren, has iniciado o te gustaría empezar a ejecutar?
Hola, muy interesante tu artículo, es un placer leer estos temas en español, con respecto al tema en cuestión, creo que el concepto de supervivencia condicional es muy interesante, si te fijas, la fuerza mas potente de nuestro organismo es el instinto de supervivencia, que nos lleva a hacer lo que sea para mantenernos con vida, y ese es el gran desafío que tenemos los humanos, poner una meta virtuosa por sobre la propia vida, poner la razón por sobre el instinto, y eso es algo que me fascina de la filosofía, el hecho de que nos haga plantearnos todas estas cuestiones como cosas realizables, cuando en realidad, como tu has dicho, nacemos esclavos y moriremos esclavos, un saludo.
Justo ayer estaba hablando precisamente de este tema, de como la supervivencia enfocada desde la psicología evolucionista puede que no sea todo lo que mueve la voluntad.