Epístola 8

Epístola octava de las Epístolas Morales a Lucilio

Traducciones

Traducción de Francisco Navarro y Calvo

A qué trabajos debe dedicarse el sabio

[1] Me dirás que te aconsejo evitar las reuniones, retirarte y contentarte con tu propia conciencia. —¿Dónde quedan aquellos vuestros preceptos que mandan perseverar en acción? —¡Y bien! ¿Crees que permanezco siempre sentado? Solamente me he ocultado y cerrado mis puertas para ser útil a los demás; trabajo diariamente, dedico una parte de la noche al estudio, tengo abiertos sobre la labor mis ojos fatigados y cargados por las vigilias, y no me entrego al sueño, sino que sucumbo a él.

[2] Heme retirado no solamente de los hombres, sino también de los negocios, especialmente de los míos. Trabajo para la posteridad, escribiendo aquello que puede serle útil: mando al papel consejos saludables, como se hace con la composición de útiles medicamentos, cuyos efectos conozco por haberlos aplicado a mi propio mal, que si bien no se ha curado por completo, tampoco ha aumentado.

[3] Enseño a los demás el camino recto, que he conocido demasiado tarde y después de haberme fatigado errando de un lado para otro. Clamo a voces:

«Evitad todo lo que agrada al vulgo, todo lo que concede la casualidad, y considerad sospechosos todos los dones de la fortuna. A los animales y a los peces se les engaña con apetitoso cebo, y ese cebo es un lazo. El que quiera vivir con seguridad, que evite cuanto pueda beneficios tan falaces, porque, engañados miserablemente en ellos, al creer que los cogemos, nos encontramos cogidos.

[4] Ese camino conduce a un principio, y el término de vida tan brillante es funesta caída. Además, no es posible detenerse cuando la felicidad comienza a empujarnos. Resistid o retiraos; si obráis así, podrá la fortuna daros alguna sacudida, pero no os derribará.

[5] Observad este saludable método de vida, y no concedáis al cuerpo más que lo necesario para la salud. Indispensable es tratarlo con alguna dureza, no sea que no se someta bastante al espíritu: no comáis más que para matar el hambre, y no bebáis más que para apagar la sed: no busquéis en el traje otra cosa que el preservativo del frío, ni más en vuestra casa que lo indispensable para poneros al abrigo de las injurias del tiempo. Poco importa que la casa esté edificada con césped o con variados mármoles; igualmente bien puede encontrarse el hombre bajo dorado techo que en una choza, y debéis despreciar la ostentación de embellecimientos superfluos. Pensad que en vosotros solamente es admirable el espíritu, que por ser grande, nada debe parecerle grande.»

[6] Si alimento estos pensamientos y los trasmito a la posteridad, ¿no te parece que hago cosa más provechosa que defender una causa, que poner mi sello en algún testamento y prestar mi voz y mi mano en el Senado a algún amigo que ambicionara un empleo? Créeme, aquellos a quienes se supone ociosos, son los que algunas veces hacen las cosas más grandes, tratando al mismo tiempo de las cosas divinas y humanas.

[7] Pero es necesario concluir y pagar, según costumbre, algo por esta epístola. Esto no será de lo mío, sino de Epicuro, de quien he leído hoy este pensamiento:

«Es necesario servir a la filosofía para gozar de verdadera libertad.»

No difiere ni retrasa la manumisión del que se entrega a ella: inmediatamente la concede, y por esta razón es ser libre servir a la filosofía.

[8] Tal vez me preguntarás por qué cito tantas sentencias de Epicuro con preferencia a las de los nuestros. Pero ¿qué te mueve a creer que estas sentencias de Epicuro no son públicas? ¡Cuántos poemas dicen cosas que han dicho o dirán los filósofos! No hablo de los trágicos ni de nuestras obras romanas (estas tienen cierta severidad, y se encuentran como término medio entre las comedias y las tragedias). ¡Cuántos hermosos versos se ponen en boca de los bufones! ¡Cuántas cosas de Publio deberían recitarse delante de los caballeros y no ante el populacho!

[9] Citaré un verso suyo que se refiere a la filosofía en la parte que tratamos, negando que lo fortuito deba contarse como nuestro.

«Ajeno es todo lo que por deseo obtenemos.»

[10] Recuerdo haberte oído otro que me parece mejor y más conciso: «No es tuyo lo que fortuna te dio». Tampoco quiero omitir otro tuyo, que también es muy expresivo: «Arrebatarse puede lo que se pudo dar.» Esto que es tuyo, no lo pongo en cuenta. Adiós.

Referencias

  • Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola VIII, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)