Epístola 5

Epístola quinta de las Epístolas Morales a Lucilio

Traducciones

Traducción de Francisco Navarro y Calvo

De la ostentación de la filosofía y de la verdadera filosofía

[1] Alegrome y apruebo tu constancia en el estudio y el cuidado que pones en mejorar de día en día, prescindiendo de todo lo demás; no me limito a exhortarte, sino que te ruego continúes; pero te aconsejo que no imites a los que, por vanidad antes que por virtud, ostentan cosas extrañas, ya en sus ropas, ya en su manera de vivir.

[2] Evita todo lo que conduce a la ambición por extraviados caminos, como aspecto desagradable, largos cabellos, barba inculta, aversión al dinero y lecho colocado en el suelo. El solo nombre de filósofo llama ya bastante la atención, aunque lo lleve persona modesta; ¿qué será si nosotros mismos nos separamos de las costumbres de los demás hombres? Procuremos que nuestro exterior esté conforme con el pueblo y que el interior no se le parezca en nada.

[3] Que nuestra toga no sea espléndida ni sórdida. No tengamos platos de oro cincelado, pero no creamos que es prueba de temperancia privarnos de oro y plata en nuestra mesa. Procuremos solamente que nuestra vida sea mejor, pero no distinta de la del vulgo: no obrando así, alejaremos de nosotros a todos aquellos que queremos corregir, y conseguiremos que no nos imiten en nada por temor de verse obligados a imitarnos en todo.

[4] La filosofía atiende primeramente a formar el sentido común y a regular los deberes de la vida y de la sociedad, y de esta profesión nos separaremos si vivimos de otra manera que los demás. Atendamos mucho a que lo que ha de hacernos admirables no nos torne en ridículos y odiosos. Cierto es que intentamos vivir según la naturaleza, pero es contra naturaleza atormentar al propio cuerpo, complacerse en las inmundicias y alimentarse con viandas no solamente pobres, sino repugnantes y horribles.

[5] De la misma manera que es lujo buscar las cosas delicadas, así es locura abstenerse de aquellas que son comunes y baratas. La filosofía nos obliga a la frugalidad y no al sufrimiento, y como puede existir frugalidad con alguna delicadeza, me parece bien este término medio. Mantengamos nuestra vida entre las buenas costumbres y las públicas; que todos la admiren y la conozcan.

[6] —¡Cómo! ¿haremos lo mismo que los demás? ¿no existirá ninguna diferencia entre nosotros y ellos? —¡Mucha! es necesario que se nos conozca como superiores a lo vulgar cuando se nos examine de cerca, y que aquel que entre en nuestra habitación admire nuestra persona más que nuestro menaje. Grande es aquel que usa platos de barro de la misma manera que los de plata, pero no es más pequeño aquel que de la misma manera usa la plata que el barro. De ánimo enfermo es no saber soportar las riquezas.

[7] Para compartir contigo lo que he aprovechado hoy, te diré que he encontrado en nuestro Hecatón, que el fin de los deseos sirve de remedio al temor. «Cesarás de temer, dice, si cesas de esperar.» Me dirás: —¿Cómo pueden reunirse cosas tan diversas?—Ya lo ves, querido Lucilio; aunque parecen separadas, encuéntrense reunidas. Así como la misma cadena reúne al cautivo y al soldado que lo guarda, así dos cosas que parecen tan diferentes caminan a la par. El temor sigue a la esperanza. No me admira, porque uno y otra proceden de un espíritu que está en suspenso y aguardando un acontecimiento inseguro.

[8] La causa principal de esto consiste en que no fijamos nuestros pensamientos en las cosas que están presentes, sino que los extendemos a las que aún están alejadas. De esta manera la previsión, que es beneficio de la condición humana, se torna en perjuicio.

[9] Las bestias huyen del peligro que tienen a la vista; cuando lo han evitado, quedan en reposo; pero a nosotros nos atormenta lo futuro y lo pasado. Muchas de nuestras buenas cualidades nos perjudican; la memoria nos reproduce el tormento del temor, y la previsión lo anticipa. Nadie se aflige solamente por el mal presente. Adiós.

Referencias

  • Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola V, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)