Epístola 32

Epístola trigésima segunda de las Epístolas Morales a Lucilio

Traducciones

Traducción de Francisco Navarro y Calvo

Exhorta a la filosofía

[1] Pregunto por ti, y de todos los que vienen de esas regiones inquiero qué haces, dónde y con quién habitas. No puedes engañarme, porque estoy a tu lado. Vive, pues, como persuadido de que puedo oírte y hasta ver todas tus acciones. ¿Preguntas qué me agrada más de todo cuanto oigo de ti? Que no sé nada, porque la mayor parte de aquellos a quienes pregunto ignoran lo que haces.

[2] Saludable es no hablar con personas que tienen sentimientos e inclinaciones contrarias a los nuestros. Confío, sin embargo, en que no podrían cambiarte y que permanecerás firme en tu propósito a pesar de las solicitaciones de la multitud que te rodea. ¿Qué ocurre, pues? no temo que te perviertan, pero temo que te extravíen: porque, a la verdad, hacen mucho daño al que distraen, en vista de que la vida es muy corta y que nosotros la acortamos más con nuestra inconstancia, que nos hace vivir de una manera y después de otra; así es que rasgamos nuestra vida y la hacemos pedazos.

[3] Apresúrate, pues, querido Lucilio, y piensa cuánto te acelerarías si tuvieses a tus alcances al enemigo y temieses que la caballería atacase a los fugitivos. Esto es, sin embargo, lo que sucede; te persiguen, acelérate, sálvate, ponte en lugar seguro, y en seguida considera que es bella cosa terminar la vida antes de la muerte y ver deslizarse después el resto de los días con tranquilidad, porque la vida más larga no es la más dichosa.

[4] ¡Oh, cuándo verás el tiempo en que estés convencido de que ya no necesitas tiempo, y en el que, sin cuidarte del mañana, permanezcas tranquilo y en plena saciedad de vida!

¿Quieres saber qué es lo que hace a los hombres tan ávidos de lo futuro? Que ninguno es dueño de sí mismo. Bien sé que tus padres te desearon cosas harto diferentes de estas, por cuya razón hago yo por ti votos muy contrarios; deseóte desprecio generoso de todas las cosas cuya abundancia quisieron para ti; sus deseos arruinarían a muchos para enriquecerte, porque lo que te darían, necesario sería quitarlo a otros.

[5] Quiero únicamente que te poseas, y que tu espíritu, después de larga agitación de vagos pensamientos, se detenga al fin y permanezca fijo; que estés satisfecho de ti mismo, y que, conociendo los verdaderos bienes (que basta conocer para poseer), no necesitas prolongar tu edad. Aquel, en fin, es superior a todas las necesidades y se encuentra franco y libre, que vive después de terminar su vida. Adiós.

Referencias

  • Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola XXXII, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)