Epístola vigésima tercera de las Epístolas Morales a Lucilio
Traducciones
En la filosofía existen verdaderos goces
[1] No creas que voy a escribirte que el invierno ha sido corto y benigno, que la primavera es mala y nos trae frío fuera de tiempo, ni otras cosas inútiles de los que solamente buscan palabras. Algo te escribiré en verdad que pueda serte útil y a mí también. ¿Y qué será esto sino exhortarte a la Virtud? ¿Preguntas cuál es su fundamento? No te regocijes por cosas pequeñas. He dicho que este es su fundamento, y es su colmo.
[2] Ha llegado al grado más alto aquel que sabe de qué debe regocijarse y no hace depender su felicidad de poder ajeno. En situación inquieta e incierta se encuentra aquel que se conmueve por la esperanza de algún bien, aunque su adquisición sea fácil y su éxito seguro.
[3] Aprende ante todo, querido Lucilio, de qué debas regocijarte. Tal vez creerás que voy a cercenarte muchos goces por la sustracción que intento hacer de las cosas fortuitas y de todas las esperanzas de que nacen las satisfacciones más dulces de la vida; todo lo contrario; pretendo mantenerte en continua satisfacción. Más aún, quiero hacértela familiar y doméstica, y así sucederá si la llevas dentro de ti mismo. Los demás goces no llenan el pecho, deteniéndose en la frente porque son ligeros, a no ser que creas que basta reír para gozar. Mas necesitaré para esto tener espíritu libre, firme y superior a todo.
[4] Créeme, el verdadero gozo es cosa severa. ¿Crees acaso que se puede, con rostro abierto y, como dicen los delicados, con ojo alegre, despreciar la muerte, aceptar la pobreza, enfrenar la voluptuosidad y decidirse a soportar el dolor? El que revuelve estos pensamientos goza sin duda, pero su goce no es suave. Quiero ponerte en posesión de este gozo, que nunca te faltará cuando una vez hayas encontrado su manantial.
[5] Los metales comunes están cerca de la superficie de la tierra; los preciosos solamente en lo hondo, y aparecen a medida que se profundiza más. Las cosas que son agradables a la generalidad de los hombres solamente producen goce muy ligero, y en ningún fundamento descansa el bien que viene de fuera; este de que te hablo y al que quiero llevarte es sólido y se hace conocer principalmente en el interior.
[6] Ruégote, querido Lucilio, que hagas lo que puede producirte la felicidad; no te fijes en las apariencias exteriores ni en las promesas de otros, busca el verdadero bien y goza el tuyo. Pero ¿qué significa el luyo? Tú mismo y tu parte mejor; porque me confesarás que este cuerpecillo, aunque sin él nada puede hacerse, hay que considerarlo como más necesario que importante; nos proporciona placeres falsos, que duran poco, están sujetos al arrepentimiento, y si no se les trata con moderación, frecuentemente llevan al extremo opuesto. Porque es cosa cierta que la voluptuosidad se precipita por pendiente natural al dolor si no te contienes, y es difícil contenerse en lo que se cree bueno. Solamente la codicia del verdadero bien es segura.
[7] ¿Me preguntarás en qué consiste y qué lo produce? Te contestaré que la buena conciencia, rectas intenciones, honestos consejos, acciones virtuosas, desprecio de lo fortuito y un género de vida tranquilo y constantemente igual. Porque ¿es posible que aquellos que habiendo adoptado un designio, se lanzan voluntariamente a otro, o son empujados por algún azar, permanezcan en estado cierto y tranquilo, puesto que siempre están suspensos y agitados?
[8] Pocos hay que se dirijan por consejo en sus costumbres y negocios; la mayor parte, a la manera de los objetos que flotan en los ríos, no van, se dejan llevar. Unos sobrenadan dulcemente en aguas tranquilas; otros marchan impulsados por blando movimiento; estos, deteniéndose al fin la corriente, quedan en la orilla; aquéllos, arrastrados por rápidas aguas, van a parar al mar. Por esta razón es necesario decidir lo que queremos hacer, y perseverar en ello con constancia.
[9] Pero he aquí el momento de pagar mi deuda. Puedo hacerlo con una frase de tu Epicuro: «Es molesto comenzar diariamente a vivir»; o, si te parece que así se expresa mejor la idea: «Mal viven aquellos que siempre están empezando a vivir.»
[10] —¿Por qué? preguntarás; porque esta frase necesita explicación. —Porque la vida es siempre imperfecta para ellos. No puede estar preparado a la muerte el que acaba de empezar a vivir. Debemos por tanto persuadirnos de que hemos vivido bastante; pero esto no lo comprende el que cree siempre que está comenzando la vida.
[11] No te parezca que este defecto se encuentra en pocos; es harto general. Algunos comienzan a vivir cuando es necesario cesar de vivir. Si crees esto extraordinario, añadiré otra cosa que te admirará más, y es que algunos cesaron de vivir antes de comenzar. Adiós.
Referencias
- Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola XXIII, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)