Epístola 19

Epístola décima novena de las Epístolas Morales a Lucilio

Traducciones

Traducción de Francisco Navarro y Calvo

Cuáles son las ventajas de la tranquilidad

[1] Mucho me regocijo cuando recibo tus cartas, que me infunden esperanza, porque ya no prometen de ti, sino que responden. Continúa así, te lo pido y te lo ruego: ¿qué cosa mejor puedo pedir al amigo que aquello que impetraría para él? Exímete, si es posible, de las tareas de los negocios; demasiado tiempo hemos perdido ya; comencemos a recogernos en la vejez.

[2] ¿Quién podrá censurarnos? Si hemos vivido en alta mar, muramos en el puerto. No pretendo con esto que te hagas famoso en el ocio, puesto que no debe hacerse de él vanidad ni misterio; ni quiero tampoco impulsarte a la soledad y al retiro, exagerándote la corrupción de los hombres; procura solamente, si tu ociosidad es conocida, que no brille demasiado.

[3] Asunto propio es de los que pueden disponer de sí mismos, deliberar si quieren pasar su vida en la oscuridad. Pero esto no te sucede a ti; tu talento, tus escritos y tantos amigos ilustres te han dado a conocer bastante, y aunque procurases ocultarte, el brillo de tus bellas acciones, siendo inseparable de tu persona, te descubriría en seguida.

[4] Sin embargo, puedes permanecer en tranquilidad sin que nadie te censure ni experimentes remordimientos. ¿Qué abandonarás que pueda producirte pesares? ¿Clientes? A decir verdad, ni uno solo se adhiere a tu persona, sino a alguna ventaja que encuentra en ti. ¿Amigos? En otro tiempo se buscaba la amistad, ahora solamente se consulta el interés. Tal vez te borrarán de su testamento algunos ancianos cuando dejen de verte, y personas asiduas en tu casa marcharán a otra: imposible es que lo que mucho vale no cueste algo; pero considera si es mejor abandonarte tú mismo, o abandonar algo que te pertenezca.

[5] ¡Pluguiese a Dios que hubieses permanecido en el estado de tu nacimiento y que la fortuna no te hubiera levantado tanto! Pero la prosperidad, gobiernos y magistraturas, con las esperanzas que les acompañan, te han impedido con templar las dulzuras de vida apacible y tranquila; todavía obtendrás cargos más importantes, y estos te atraerán otros.

[6] Pero ¿cuál será el fin? ¿Qué esperas para descansar? ¿Conseguir todo lo que deseas? Nunca llegará ese momento. Las causas que producen las pasiones forman un encadenamiento parecido a las que producen el destino; las unas toman origen en el fin de las otras. Te has entregado a un género de vida que te mantendrá cautivo siempre; sacude el yugo; mejor sería romperse el cuello de una vez que tenerlo siempre cargado.

[7] Si te encierras en la vida privada, todo te parecerá más pequeño, pero te satisfará completamente; mientras que ahora multitud de cosas que se te ofrecen por todas partes no pueden contentarte. ¿Prefieres la abundancia que no llena a la escasez que sacia? La felicidad es ávida, y está expuesta a la codicia de los otros; y así como nada puede saciarte, tampoco saciarás tú a los demás.

[8] Me dirás: «¿cómo saldré?» De cualquier modo. Considera cuántas cosas has emprendido por adquirir honor y riquezas: necesario es emprender algo también para adquirir la tranquilidad, o bien decidirse a terminar la vida, en el movimiento de los negocios y en el tumulto de los cargos públicos, agitado por continúas oleadas que ni la agudeza de tu ingenio ni la dulzura de tu carácter podrían evitar. Mas ¿de qué sirve que quieras descansar? Tu fortuna no lo permite. ¿Qué será, pues, si todavía la aumentas? Este aumento solamente servirá para multiplicar tus temores.

[9] Quiero recordarte en este punto una buena frase de Mecenas, cuya verdad justificó con su propia experiencia. «La mucha altura se asombra a sí misma.» Me preguntas en qué libro lo ha dicho: en el que se intitula Prometeo. Esto quiere decir: «La mucha elevación asombra:» ¿existe alguna grandeza en el mundo que merezca se pronuncien tan extrañas palabras? Aquél fue un hombre ingenioso que hubiese dejado sin duda grande ejemplo de elocuencia romana, si no le hubieran enervado las riquezas o, mejor dicho, castrado. Igual suerte alcanzarás si no arrías velas y saltas a tiempo (como aquél intentó hacer demasiado tarde) a tierra firme.

[10] Podría con esta sentencia de Mecenas dar por pagada mi deuda contigo; pero, si te conozco bien, me promoverías un pleito, no queriendo que te pague en moneda nueva, aunque de buena ley. Necesario es, pues, que tome otra de Epicuro. «Debes cuidar, dice, de aquellos con quienes tengas que comer y beber antes de ver qué vas a beber y a comer, porque saciarse de viandas sin la compañía de un amigo, es vida de león o de lobo.»

[11] Pero esto no te sucederá si no te retiras, porque verás comer a tu mesa todos aquellos a quienes el nomenclátor de tu casa elija entre la turba que acuda a saludarte. No es en una sala donde se encuentran amigos; no es en la mesa donde se les prueba. La mayor desgracia del hombre que tiene altos empleos y grandes bienes, es tener por amigos aquellos de quienes no lo es él, imaginando que los favores que les dispensa tienen bastante eficacia para granjearse su amistad, a pesar de que existen personas que aman tanto menos cuanto más tienen que agradecer. Si prestas una cantidad pequeña, te haces un deudor; si prestas una grande, te haces un enemigo.

[12] —¿Acaso no servirán los beneficios para crear amigos? —Sí, sirven para ello, si has sabido elegir personas dignas de recibirlos; si has dado con discernimiento, y no a la aventura. Así, pues, mientras ordenas tu conducta, sigue el consejo de los sabios, y atiende menos a lo que das que a quien lo recibe. Adiós.

Referencias

  • Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola XIX, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)