Epístola 16

Epístola décima sexta de las Epístolas Morales a Lucilio

Traducciones

Traducción de Francisco Navarro y Calvo

De la utilidad de la filosofía

[1] Sé, querido Lucilio, que estás convencido de que no es posible vivir felizmente, ni siquiera de manera tolerable, sin el estudio de la sabiduría; que la sabiduría perfecta hace dichosa la vida, y que hasta se dulcifica mucho en cuanto se empieza este estudio. Mas para robustecer este convencimiento e imprimirlo profundamente es necesario meditar con frecuencia en él. Más difícil es sin duda perseverar en una resolución buena que adoptarla, y debes fortalecer tu alma por medio de continuo estudio, hasta que hayas convertido en buena costumbre lo que hasta ahora no es más que buena voluntad.

[2] Veo lo mucho que has aprovechado, sin necesidad de que me lo digas con tantas palabras. Sé de dónde procede lo que me escribes, que no está disfrazado ni coloreado. Diré sin embargo lo que pienso: tengo esperanza de ti, pero no confianza: aconséjote que hagas lo mismo, porque no conviene que tan pronto confíes en ti mismo. Examínate, sondéate, observa ante todo si lo que has adelantado es en filosofía o en costumbres.

[3] La filosofía no es artificioso aparato para mostrarlo al pueblo: fíjase solamente en las cosas y no en las palabras: no nos dedicamos a ella para distraernos durante algún día, o para entretener ocios. La filosofía forma el espíritu, ordena la vida, regula las acciones, muestra lo que se debe hacer y lo que se debe evitar, empuña el timón y dirige la nave en los pasos peligrosos. Sin ella, nadie está seguro; a cada momento ocurren infinidad de cosas en que se necesita consejo, y ella es la que te lo dará.

[4] Pero dirá alguno: —¿Para qué me servirá la filosofía si existe un destino? Si Dios gobierna todas las cosas, o si la casualidad domina, ¿para qué aprovecha? Si los acontecimientos ciertos no pueden cambiarse y no sabemos qué oponer a los inciertos, ¿de qué me servirá la filosofía si Dios ha prevenido mi designio y ordenado lo que he de hacer, o si la fortuna no me da tiempo para deliberar?

[5] —Sea esto cierto en todo o en parte, yo raciocino de esta manera, querido Lucilio: ora nos ligue el destino con inmutable necesidad, ora Dios, como árbitro del universo, ordene todas las cosas, ora el acaso lleve y guíe ciegamente todos los actos humanos, es cosa cierta que la filosofía nos ayudará siempre; nos exhortará para que nos sometamos voluntariamente a Dios, para resistir constantemente a la fortuna, para seguir los mandatos de la Providencia y para soportar los golpes del acaso.

[6] Pero en este momento solamente quiero examinar lo que está en nuestro poder, sea que nos gobierne la Providencia, que nos arrastre el destino, o que repentinos accidentes se hagan dueños de nuestra libertad. Vuelvo, pues, al asunto, y te aconsejo que no dejes enfriar el impulso de tu ánimo; robustécele y haz que se convierta ese impulso en costumbre.

[7] Pero si te conozco bien, desde el principio de esta carta estás considerando el fruto que podrá llevarte: examínala con atención y lo encontrarás. No te extrañe que todavía te haga regalos con bienes ajenos. Mas ¿por qué ajenos, si puedo apropiarme todo lo bueno que ha dicho otro, como esta sentencia de Epicuro: «Si vives según la naturaleza, nunca serás pobre; si vives según la opinión, nunca serás rico?»

[8] La naturaleza pide poco, la opinión inmensidad de cosas. Aglomérense en tu casa todas las riquezas que han poseído considerable número de personas; que te dé la fortuna más dinero que cualquier otro poseyó jamás; que te vista de púrpura y te aloje en dorados palacios, pavimentados de mármol; en una palabra, que no solamente poseas las riquezas, sino que las huelles bajo tus pies; que a todo esto añada estatuas, pinturas y cuanto han hecho las artes para satisfacer al lujo; todo esto solamente te enseñará a desear más.

[9] Los deseos de la naturaleza son limitados; los que nacen de falsa opinión no saben dónde detenerse, porque el error no tiene término cierto. El que sigue el buen camino llega a su término; el que se extravía no lo alcanza jamás. Apártate, pues, de toda vanidad, y cuando quieras saber si lo que deseas es según la naturaleza, contempla si puede detenerse en algún punto. Si habiendo avanzado mucho quiere todavía avanzar más, no será natural. Adiós.

Referencias

  • Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola XVI, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)