Epístola 12

Epístola duodécima de las Epístolas Morales a Lucilio

Traducciones

Traducción de Francisco Navarro y Calvo

De las ventajas de la ancianidad y de la disposición a la muerte

[1] A donde quiera que miro veo pruebas de mi avanzada edad. Fui a mi casa de campo, y me quejaba del gasto que habían hecho para reparar el edificio: el mayordomo me dijo que no era culpa suya, sino que la casa era ya vieja. Yo edifiqué aquella casa. ¿Qué me sucederá si piedras de mi edad están ya estropeadas?

[2] Habiéndome disgustado con él, aproveché la primera ocasión para reprenderle. «Claramente se ve, le dije, que no se ha cuidado de estos plátanos; no tienen hojas, están llenos de nudos y torcidas todas sus ramas: mira cuan negro y feo está el pie; no sucedería eso si cavasen alrededor y se les regase.» Entonces me aseguró que hacía cuanto podía, sin omitir nada, pero que los árboles eran viejos; sin embargo, yo los planté y vi la primera hoja, dicho sea entre nosotros.

[3] Habiéndome vuelto entonces hacia la puerta exclamé: «¿Quién es aquel decrépito anciano? Bien han hecho en colocarle cerca de la puerta, porque yo le pondré muy pronto fuera de ella. ¿Dónde lo has encontrado? ¿qué placer puedes tener en traer aquí un muerto extranjero?» Y él me dijo: «¿No me conoces? Soy Felicio, a quien en otro tiempo entregabas las imágenes; soy el hijo de Filosisto, tu antiguo favorito. — Este hombre delira seguramente, repliqué; ¿cómo ha de haber sido favorito mío? ¡No tiene dientes!»

[4] Debo, pues, a mi casa de campo el servicio de haberme mostrado por todas partes señales de mi ancianidad; pero es necesario amar esta misma vejez, porque está llena de satisfacciones si sabemos aprovecharla. Las manzanas no son buenas hasta que empiezan a pasarse; la belleza de la infancia aparece a su fin. Los aficionados al vino saborean cuidadosamente el último trago que beben, el trago que les sumerge en la embriaguez dándole la última mano.

[5] Lo más exquisito de los placeres del hombre está reservado a su fin. La edad avanzada, pero que aún no es decrépita, es muy agradable, y hasta creo que el que ha llegado a la extremidad tiene sus placeres, o al menos le sirve de placer el no necesitarlos ya. ¡Cuán dulce es verse librado de los movimientos impetuosos!

[6] «Desagradable es, dirás, tener siempre la muerte delante de los ojos;» pero los jóvenes deben tenerla tan presente como los ancianos, porque no se nos llama por turno, y además nadie es tan viejo que no pueda esperar vivir un día más. Ahora bien, un día es un grado de la vida que está compuesta de muchas partes y que contiene diferentes círculos, encerrados los más pequeños en los más grandes: uno hay que abraza y rodea todos los demás: este se extiende desde el día del nacimiento al de la muerte; otro hay que limita la adolescencia; otro que encierra la infancia; después el año que contiene en sí todos los tiempos de la multiplicación de que se compone la vida. El mes tiene un círculo más pequeño; el del día lo es mucho más, pero este abraza también desde el principio al fin y va de Oriente a Occidente.

[7] Por esta razón, Heráclito, llamado el tenebroso a causa de la oscuridad de sus discursos, dice que un día se parece a todos los demás, lo cual lo interpretaron en diferentes sentidos. Dicen unos que se parece en horas, y no mienten, porque si el día es un tiempo de veinticuatro horas, necesario es que todos los días se le parezcan, porque la noche gana lo que pierde el día; otros dicen que un día es parecido a todos los tiempos, porque no hay nada en largo espacio de tiempo que no encuentres en un solo día, a saber, la luz y la noche y los cambios sucesivos del mundo.

[8] Esto se reconoce mejor en la noche, que en tanto es más corta, en tanto más larga, razón por la cual debía disponerse todo en un día como si debiera comprender todos los demás y ser el último de nuestra vida. Pacuvio, el que usaba de la Siria como de patrimonio propio, se hacía inhumar todos los días, porque embriagado con el vino del festín que había hecho preparar para celebrar sus funerales, le llevaban desde la mesa a su habitación, y entre los lamentos de un grupo de jóvenes prostituidos, se cantaba en música βεβίωται, βεβίωται.

[9] Lo que aquel hizo por desenfreno, hagámoslo por razón, y cuando vayamos a acostarnos digamos alegremente: «He vivido. Recorrí la carrera que me deparó la fortuna». Si Dios da el día siguiente, recibámosle con alegría; aquel es feliz y sabe gozar de la vida, que espera el mañana sin inquietud. El que dice he vivido, diariamente gana.

[10] Debo terminar ya esta carta. Pero, dirás, ¿vendrá sin algún regalo?—No temas, algo llevará consigo; pero ¿qué digo? llevará mucho. ¿Qué hay superior a este pensamiento que le encargo te lleve? «Malo es vivir en necesidad; pero no existe necesidad alguna de vivir en necesidad.» ¿Por qué no existe? Porque por todas partes se abren caminos cortos y fáciles a la libertad. Demos gracias a Dios porque no es posible retener a nadie en la vida; permitido está arrostrar la necesidad.

[11] Objetarás: Epicuro ha dicho eso: ¿por qué tomas lo que es de otro? —Tengo derecho a todas las verdades y continuaré citándote a Epicuro, para que aquellos que tienen en cuenta, no lo que se ha dicho, sino quien lo ha dicho, sepan que lo bueno es común. Adiós.

Referencias

  • Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola XII, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)