Epístola décima de las Epístolas Morales a Lucilio
Traducciones
De la utilidad de la soledad
[1] Ten por cierto que no cambio de opinión: huye de las muchedumbres, huye de los pocos, huye hasta de uno solo. No veo con quién puedas comunicar. Y mira hasta dónde llega mi pensamiento y el aprecio en que te tengo, que prefiero dejarte que creas en ti mismo. Dícese que Crates, que era discípulo de Estilpón, de quien acabo de hablar, habiendo encontrado un joven que paseaba aisladamente, le preguntó qué hacía tan solo. «Hablo conmigo mismo,» le contestó; a lo que replicó Crates: «Cuida mucho de no encontrarte en mala compañía.»
[2] Acompañamos al que llora o al que se encuentra atemorizado, no sea que empleen mal la soledad, porque en estas circunstancias es cuando asaltan los malos pensamientos y se acarician proyectos perjudiciales para otro y para uno mismo; en estos casos se muestran las malas pasiones y brota al exterior todo lo que la venganza o el temor hacían tener oculto; en fin, en estos momentos es cuando la temeridad toma vuelo, se irrita la avidez y se caldea la cólera: el que se encuentra en esta situación goza de la única ventaja que encierra la soledad; la de no confiar nada a nadie ni tener ningún testigo, puesto que se descubre y hace traición a sí mismo. Considera cuanto espero de ti, o mejor dicho, cuanto me prometo (porque esperar se dice de un bien incierto): no encuentro a nadie con quien debas conversar más que contigo mismo.
[3] Repaso en mi memoria las cosas que has dicho con tanta energía y generosidad, me regocijo y me digo a mí mismo: esto no procede de los labios, sino de lo íntimo del corazón; este hombre no es vulgar, sino que atiende a lo que es saludable.
[4] Habla y vive siempre lo mismo y cuida de que nada te rebaje; cuando das gracias a los dioses, por el buen resultado de tus plegarias, no temas dirigirles otras, sino por el contrario, pídeles además que te concedan el buen sentido y la salud del espíritu y del cuerpo. ¿Por qué no has de dirigirles con frecuencia esta súplica? Puedes rogar con audacia a Dios, siempre que no le pidas nada del bien ajeno.
[5] Pero, según costumbre, acompañaré a esta carta un regalito: te remito lo que he leído en Atenodoro: «Cree que estarás libre de todo deseo, cuando hayas llegado al punto de no pedir a Dios nada que no puedas pedirle en público.» ¡Qué locos son los hombres de hoy! Dirigen a Dios plegarias vergonzosas; por eso las hacen en voz baja; si alguien aplica el oído, callan en el acto, y lo que no se atreven a decir a un hombre lo dicen a Dios. Cuida, pues, de que no haya que decirte: vive con los hombres como si Dios te mirase; habla con Dios como si los hombres te oyesen. Adiós.
Referencias
- Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola X, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)