Epístola 9

Epístola novena de las Epístolas Morales a Lucilio

Traducciones

Traducción de Francisco Navarro y Calvo

De la amistad de los sabios

[1] Deseas saber si Epicuro tiene razón al censurar en una epístola suya a los que dicen que el sabio se contenta consigo mismo, y por consiguiente que no necesita amigos. Esto lo opone Epicuro a Estilpón y a todos aquellos que pretenden que el bien supremo consiste en la impasibilidad.

[2] Caeremos en ambigüedad si traducimos la palabra ἀπάθεια por impaciencia, porque podrá entenderse lo contrario de lo que intentamos decir. Queremos significar a aquel a quien no ha afligido ningún mal, y parecerá que es aquel que no puede soportarlos. Considera, pues, si será mucho mejor decir, ánimo invulnerable, o ánimo superior a todo padecimiento.

[3] Esta es la diferencia que existe entre ellos y nosotros. Nuestro sabio se sobrepone en verdad a todos los sufrimientos, pero los siente; aquellos no sienten ninguno. Tenemos, sin embargo, de común con ellos, que nuestro sabio está contento consigo mismo, y sin embargo le agrada tener un amigo, un vecino, un compañero, aunque se baste a sí propio.

[4] Considera cuan satisfecho ha de estar consigo mismo, cuando debe contentarse con una parte sola, si una enfermedad o un enemigo le hiciese perder una mano. Si una desgracia le priva de un ojo, estará satisfecho con lo que le quede, y no estará menos contento con el cuerpo estropeado que lo estaba con el cuerpo completo. No desea lo que le falta, pero indudablemente se alegraría de que no le faltase nada.

[5] El sabio está contento consigo mismo, no porque no quiera tener amigos, sino porque le basta poder tenerlos; y al decir poder tenerlos, entiendo que sufre sin emoción la pérdida de un amigo, porque nunca estará sin amigo, ya que en su poder está reparar en seguida esta pérdida. Como Fidias si perdiese una estatua, en seguida construiría otra, así el que sabe contraer amistades puede sustituir fácilmente un amigo a otro que haya perdido.

[6] Preguntas cómo podrá hacerse tan pronto un amigo; te lo diré si convenimos en que esto sea el pago de lo que te debo por esta carta. Hecatón dice: «Te revelaré un secreto que hará que te amen sin hierbas ni sortilegios: Ama si quieres que te amen.» Grande placer es contraer nuevas amistades y gozar de las antiguas.

[7] Esta es próximamente la diferencia que existe entre el que siembra y el que siega. El filósofo Átalo acostumbraba a decir: «Que le agradaba más hacer un amigo que haberlo hecho, como es más agradable a un pintor hacer un cuadro que haberlo hecho.» La misma solicitud que tiene por su obra da regocijo a la labor; porque cuando ha terminado goza en realidad del fruto de su trabajo, pero gozaba del arte mismo cuando trabajaba. La adolescencia de los hijos es más fructuosa, pero la infancia es más dulce.

[8] Volvamos ahora a nuestro asunto. Aunque el sabio se contente consigo mismo, agrádale sin embargo tener un amigo, aunque no sea más que por ejercer la amistad y hacer que tan gran virtud no quede ociosa: no es esto por la razón que alega Epicuro en esta epístola, a fin de tener un amigo al lado suyo cuando esté enfermo, un amigo que le asista en la cautividad y en la indigencia, sino con objeto de que haya una persona a quien pueda asistir en la dolencia y libertar de la cautividad. El que pensando en sí mismo contrae amistad, obra mal y concluirá como ha comenzado. Se ha hecho un amigo para que le asista en las cárceles, y por su parte, en cuanto oiga el ruido de la cadena, se retirará.

[9] Estas son las amistades que llama el vulgo temporales. El amigo que se elige por interés será agradable mientras sea útil. Por esta razón ves multitud de amigos alrededor de los afortunados, y soledad en torno de los desgraciados: de aquí resulta que los amigos se retiran cuando deben ser probados, y se ven tantos malos ejemplos de personas que abandonan a sus amigos por temor y otras que les hacen traición por soberbia. El que comenzó a ser amigo porque le convenía, no rehusará la utilidad que se le ofrezca a expensas de la amistad, si considera que existe alguna ventaja superior a la amistad misma.

[10] ¿Por qué me hice un amigo? Para tener alguien por quien morir, a quien acompañar al destierro y defender de la muerte a expensas de mi propia vida. La amistad que tú me describes, tráfico es y no amistad; ese tráfico solamente atiende a sus conveniencias y al provecho que puede obtener.

[11] El amor tiene algo sin duda que se parece a la amistad, y podrías llamarle amistad insana. ¿Por ventura ama alguno por utilidad? ¿acaso por ambición, por gloria? El amor, esa pasión que consigo lleva el desprecio de todas las demás cosas, impulsa al espíritu a buscar la belleza, sin otro motivo que la esperanza de hacerse amar. ¿Y qué? ¿una causa mejor habrá de producir afectos torpes?

[12] —«No se trata, me dices ahora, de saber si debe desearse la amistad por ella misma o por cualquier otro motivo; porque si debemos desearla desinteresadamente, puede acercarse a ella el que está contento de sí mismo.» —¿Cómo se acerca a ella? Como a cosa perfectamente bella, sin esperanza de provecho alguno y sin temor a las mudanzas de la fortuna. Rebaja la grandeza de la amistad quien la busca para su provecho.

[13] El sabio está contento consigo mismo. Muchos, querido Lucilio, entienden mal estas últimas palabras, y quieren aislar de todas las cosas al sabio y encerrarlo en su piel, pero es necesario distinguir y conocer la fuerza y extensión de esta frase. El sabio está contento consigo mismo, no para vivir, sino para vivir felizmente; porque para aquello necesita muchas cosas, y para esto le basta tener espíritu firme y recto que desprecie la fortuna.

[14] Quiero darte también la distinción de Crisipo. Dice este: «El sabio no carece de nada, y sin embargo necesita muchas cosas: por el contrario, el necio no necesita nada, porque de nada sabe usar, pero carece de todo.» Las manos, los ojos, y otras muchas cosas de uso cotidiano convienen al sabio, pero no les son indispensables, porque esta palabra implica necesidad, y el sabio no necesita nada.

[15] Dedúcese de esto que, a pesar de que el sabio esté contento consigo mismo, ha menester amigos, y quisiera tener muchos, aunque no para vivir contento, puesto que puede estarlo consigo mismo. El bien supremo no busca auxilios extraños, reina en sí y procede completamente de sí mismo; porque si en algo procediese del exterior, comenzaría a estar sujeto a la fortuna.

[16] ¿Pero quieres saber cuál será la vida del sabio si se encuentra abandonado, sin amigos, en estrecha prisión o entre pueblos extranjeros, si se detiene en largo viaje o se ve arrojado a playas desiertas? Su vida será parecida a la de Júpiter, quien, cuando disuelto el mundo, confundidos los dioses en uno y la naturaleza deja de obrar por corto tiempo, encuentra su satisfacción en sus pensamientos. Así hace también el sabio; reconcéntrase en sí mismo, y se hace compañía.

[17] Mientras puede dirigir sus negocios según su gusto, está contento consigo mismo y no necesita a nadie; se casa y tiene hijos, aunque puede vivir contento sin esto. Sin embargo, si le fuese absolutamente necesario vivir solo, preferiría no vivir; comprométese en la amistad por pura inclinación y sin deseo de provecho, porque nos es grata la amistad, como nos son gratas otras muchas cosas, y amamos la compañía como odiamos la soledad: el mismo instinto que acerca el hombre al hombre, nos inspira el deseo de hacernos amigos.

[18] Pero aunque el sabio quiera por extremo a sus amigos, aunque al compararlos con el los prefiera frecuentemente, su satisfacción la hará consistir en sí mismo, y dirá lo que Estilpón, de quien se burla Epicuro en una epístola. Este filósofo, después de la toma de su ciudad natal, después de la pérdida de su mujer y sus hijos, retirándose del incendio general, solo y contento, contestó a Demetrio Poliorcetes, que le preguntaba si no había perdido nada: «Llevo conmigo todos mis bienes.»

[19] He aquí el varón fuerte y generoso; este triunfó del enemigo y de su victoria; porque al decir: no he perdido nada, le ha hecho dudar si le había vencido. Llevo conmigo todos mis bienes, es decir, la justicia, la virtud, la prudencia, la templanza y la hermosa resolución de no estimar como bien aquello que puede ser arrebatado. Admiramos algunos animales que pasan a través de las llamas sin quemarse; ¿es menos admirable este hombre que entre el hierro, el pillaje y el fuego se ha retirado sin experimentar pérdidas? Ya ves cómo es más fácil vencer a un pueblo entero que a un hombre solo. El estoico habla lo mismo que Estilpón; de la misma manera que este lleva consigo sus bienes en medio de ciudades incendiadas, porque estando contento de sí mismo, a esto limita su felicidad.

[20] Pero no creas que somos nosotros solos los que tenemos en boca palabras tan generosas. El mismo Epicuro, que reprende a Estilpón, ha dicho otras semejantes que aceptarás, si quieres, como pago, aunque no deba nada por hoy. «Si alguno, dice, no cree completos sus bienes, es miserable aunque posea toda la tierra.» O si lo prefieres: (porque debemos fijarnos en el sentido y no en las palabras), «El que no se cree feliz es miserable, aunque mande a todo el mundo.»

[21] En fin, para que veas que estos sentimientos son comunes y que la naturaleza los dicta a toda clase de personas, encuéntrense en el poeta cómico: «Solamente es feliz el que cree serlo.» ¿Qué importa el estado que tengas si te parece malo?

[22] ¿Qué importa que ese torpemente rico y aquel otro que tiene tantos criados, pero que tiene mayor número de amos, digan que son felices? ¿Lo serán acaso por ello? No debe atenderse a lo que dicen, sino a lo que sienten; no a lo que piensan un día, sino a lo que piensan continuamente. No temas que cosa tan grande venga a gentes indignas: solamente el sabio está contento consigo mismo; el necio está disgustado siempre. Adiós.

Referencias

  • Epístolas morales por Lucio Anneo Séneca, Epístola IX, Traducción directa del latín por D. Francisco Navarro y Calvo (1884)